domingo, 27 de marzo de 2016

El pozo de los humos

Los primeros días de la primavera son días de inestabilidad, de salir o no con chubasquero, mezcla de frío, aire, sol... Tras un invierno relativamente tranquilo, con temperatura suave y sin exceso de heladas, parece que estos días apetece ver como han quedado los campos, los bosques, las colinas y las riberas.

El viaje hacia el pozo de los humos se hace tranquilo, la carretera acompaña y el tiempo también. La tarde es apacible y la compañía la mejor.

Llegamos al pueblo de Masueco, municipio que se integra dentro de la comarca de Vitigudino y la subcomarca de La Ribera (Las Arribes). Pueblo bonito, tranquilo, auténtico. Se podía respirar el aire limpio y sentir el frescor de la ribera de los ríos y arroyos que nos encontramos por el camino.La ladera que baja hacia el río se llama la Roblea.

La llegada hasta la cascada situada en el curso del río Uces fue tranquila, pues "bajar se baja bien" y no queríamos pensar en el regreso. El camino rodeado de robles, quejigos, enebros, castaños, olivos, jarales, endrinos, escoba rubia, cantueso, alguna encina y matorral nos hace sentir bien. Animales como el jabalí, zorro, perdiz, buitre leonado, alimoche, águila perdicera y multitud de pequeñas aves y roedores habitan el lugar. Y al final... la magnífica e impresionante cascada. La granítica pared por la que fluye la cortina de agua tiene una caída libre de unos cincuenta metros, que al llegar abajo forma una nube de vapor que se eleva por todo el contorno siendo un espectáculo increíble.

Unos pocos metros antes de la caída de aguas del Uces, su torrente se bifurca, dando lugar a que además de la cascada de los Humos haya otra por su parte derecha llamada el Pozo de las Vacas, llamado así según la leyenda del lugar que habla de que allí se despeñó un carro, tirado por dos vacas y cargado de trigo, cuando se dirigía en dirección a un molino cercano.

Una pasarela de madera nos asoma al vacío. Miguel de Unamuno dejó por escrito su fascinación al ver la cascada:

" Es singular el atractivo del agua. Estaríase uno las horas muertas contemplándola fluir, dejándose ganar el espíritu por la sensación purísima que su constante curso nos produce. El agua es acaso la que mejor imagen nos ofrece de la quietud en el movimiento, del solemne reposo supremo que del concierto de las carreras de los seres todos surge. En el estanque duerme el agua reflejando al cielo, pero con no menos pureza lo refleja en el cristal de un sosegado río, cuyas aguas, siempre distintas, ofrecen la misma superficie siempre. Y en la cascada misma, por donde se despeña bramando, preséntanos una vena compacta, una columna que acaba por parecer sólida. ¡Enorme fuerza la que sin aparato alguno, con la sencillez del coloso, despliega!... Es una de las más hermosas caídas de agua que pueden verse entre aquellos tajos adustos. Divídese la cascada mayor en dos cuerpos debido a un saliente de la roca, y va a perderse en un remanso de donde surge el vapor que ha valido al paraje el nombre de los Humos. Junto a la inmensa vena líquida, a su abrigo, en las quebraduras y resquicios de la roca, anidan palomas que revolotean en torno del coloso. Este irá desgastando poco apoco el desnivel que le produce, y es seguro que cada año se achica la cascada, aunque sólo sea en un milímetro o en fracción de él. ¡Los siglos que habría necesitado el agua para excavar tales tajos y reducir análogas cascadas!" (en 'Ecos Literarios' 19 de marzo de 1898 )





Y al regreso, parada y fonda. Café y descanso merecido. Tarde para recordar y por supuesto repetir.


miércoles, 9 de marzo de 2016

Porque son, niña, tus ojos
verdes como el mar, te quejas;
verdes los tienen las náyades,
verdes los tuvo Minerva,
y verdes son las pupilas
de las huríes del Profeta.
El verde es gala y ornato
del bosque en la primavera;
entre sus siete colores
brillante el Iris lo ostenta,
las esmeraldas son verdes;
verde el color del que espera,
y las ondas del océano
y el laurel de los poetas.
Es tu mejilla temprana
rosa de escarcha cubierta,
en que el carmín de los pétalos
se ve al través de las perlas.
Y sin embargo,
sé que te quejas
porque tus ojos
crees que la afean,
pues no lo creas.
Que parecen sus pupilas
húmedas, verdes e inquietas, 
tempranas hojas de almendro
que al soplo del aire tiemblan.
Es tu boca de rubíes 
purpúrea granada abierta 
que en el estío convida 
a apagar la sed con ella.
Y sin embargo,
sé que te quejas
porque tus ojos
crees que la afean,
pues no lo creas.
Que parecen, si enojada
tus pupilas centellean,
las olas del mar que rompen
en las cantábricas peñas.
Es tu frente que corona,
crespo el oro en ancha trenza,
nevada cumbre en que el día su postrera luz refleja.
Y sin embargo,
sé que te quejas
porque tus ojos
crees que la afean:
pues no lo creas.
Que entre las rubias pestañas,
junto a las sienes semejan
broches de esmeralda y oro
que un blanco armiño sujetan.
Porque son, niña, tus ojos
verdes como el mar te quejas;
quizás, si negros o azules
se tornasen, lo sintieras.
                                             Gustavo Adolfo Becquer