lunes, 28 de octubre de 2013

La Tejada de Tosande

Sábado 26 de Octubre. Destino: dehesa de Montejo, más concretamente kilómetro 2 de la C-624, carretera que une Cerveza de Pisuerga con Guardo. Raúl, Conchi, Miguel, María, Rocío, Alice, Fran y un nuevo compañero montañero, “Kash”.


Después de una semana de lluvia, viento e inestabilidad temporal, amaneció un día nublado, con niebla en la carretera y un aire fresco que nos hacía dudar de si “pillaríamos” esa lluvia no deseada en el día de hoy.

Alrededor de las 10:30 ya estábamos equipados con todo nuestro arsenal de mochilas, bastones y demás enseres para comenzar nuestra ruta: la Tejada de Tosande. 


Nuestra primera toma de contacto fue con el precioso y bien cuidado jardín interpretativo al lado del aparcamiento. Allí pudimos ver algunas de las muchas especies de árboles y arbustos que nos íbamos a encontrar en nuestro camino.

Sin pausa y pero sin prisa salimos al camino que baja en dirección al antiguo ferrocarril y pasando por debajo de él enseguida pudimos ver la majestuosidad del paisaje que nos iba a acompañar en el día de hoy.

El sendero, bien marcado en todo momento, nos lleva hasta una pequeña pradera para posteriormente adentrarnos en una pequeña garganta excavada por el arroyo de Tosande.

Nuestra caminata, ligera, amena, hablando de nuestras vidas, de nuestros problemas… no podían faltar las notas cómicas y algún que otro chiste. Nos incorporarnos a una pista, que se va adentrando en el valle entre variada vegetación: helecho, musgo, encinas, robles…La humedad del suelo era propicia para la existencia de hongos y matorral bajo: senderuelas, parasoles, yesqueros y multitud de especies más.


Es el momento en el que el valle se abre. Vemos ante nosotros un paisaje precioso, apacible. La verde pradera se ve rodeada por montañas y bosques. El lugar invita a relajarse, a disfrutar de la paz que nos rodea, tanto que al seguir embelesados con el paisaje nos pasamos el cruce de la tejada y seguimos adentrándonos en el valle. 
Hay que seguir todo recto, que yo ya he estad aquí (nosotros pensamos que en otra vida) – dijo uno de nuestros experimentados guías. Y cual corderillos todos a una seguimos disfrutando de tan maravilloso paisaje, sin darnos cuenta que el hayedo que protege la tejada lo dejamos atrás.

 

Calculamos que más o menos 3 kilómetros más adelante, y gracias a unos señores que nos dicen que ellos se han confundido y que por allí no se ve tejada ninguna. Esto nos hace ver nuestros mapas y voalá, efectivamente nos habíamos confundido, asique…vuelta, lo que supone alrededor de otros 3 kilómetros más hasta llegar al hito que marcaba el hayedo de la tejada. (En este punto hay que decir, que el cartel que lo marcaba estaba roto y yo creo que esa fue la razón de no verlo bien…).

Tras reponer fuerzas, comer unos frutos secos y un poco de agua nos disponemos a entrar en el bosque de hayas. Majestuoso, imponente, la ladera de Peña Orocada nos sorprende con un durísimo repecho. El corazón late a doscientos pero los escalones de madera del sendero nos ayudan en nuestra subida. 


En el primer descanso de la ascensión alguno de nuestros senderistas notan los primeros síntomas de la falta de ejercicio. “Es el mal de altura” – comenta alguno para disimular el deterioro corporal y las muchas horas de “sofín”. Después de las risas continuamos.
Avistamos los primeros tejos entre las enormes hayas, momento en el que el sendero se hace un poco más llano y el gran desnivel inicial desaparece. La tejada en su máximo esplendor la encontramos en una pequeña bifurcación. Tanto nos gustó que hicimos el recorrido dos veces…(otros cuantos kilómetros de más para nuestras piernas).
Seguimos hacia el sureste, de nuevo por el hayedo, hasta salir del bosque de tejos encontrando  un mirador con muy buenas vistas a la Montaña Palentina. Las fotos de rigor no se hicieron esperar y detrás de nosotros, magestuosa e imponente peña Oracada u Horacada.


Parada y fonda o seguir”. Decidimos seguir el camino, pues el cierzo a estas altitudes (unos 1550 metros) azotaba de lo lindo y no era plan de cogerse un frío de estos que nos tiene “pal arrate” unos días, asique comenzamos a descender por la ladera hasta adentrarnos en otro hayedo igual de imponente que el anterior. El camino, en zig-zag y con bastante humedad, lo tuvimos que hacer lentos y con cuidado de no caernos llegando de nuevo al fondo del valle, hasta un pequeño puente de madera que ya vimos en nuestro paso al comenzar la ruta.

Era el sitio apropiado. El bocata de tortilla no se hizo esperar. El tiempo nos regaló unos rayos de sol que nos ayudó a secar levemente las cazadoras humedecidas del esfuerzo que habíamos hecho. Las risas y la conversación amena eran continuas. El descanso, la comida, la compañía  y el buen ambiente…

Era hora de regresar. El cuerpo se quedó frío para alguno de nuestros montañeros. La subida fue dura y las ciáticas y los dolores musculares hicieron aparición en los maltrechos cuerpos de los más veteranos. 

Tomamos la misma pista por la habíamos comenzado la ruta vuelta hasta llegar al jardín de interpretación del valle. La última subida se hizo larga y la pendiente se dejó notar, haciendo que los más sufridos llegaran casi con la lengua fuera, sobre todo Kash.

La vuelta se hizo divertida, como el resto del día: parada para ver la iglesia románica de Moarves de Ojeda (y dar gusto a los artistillas), cafecito en Herrera de Pisuerga y como no, las cañitas del “después de…”.

Día completo ¿verdad?